Bienvenido a lo que somos fuera del algoritmo.
#1 Tiempo de detenerse
Un viaje personal para reconectar con el tiempo, la contemplación y el asombro.
Hugo Marroquín
Esto que vi. Heima de Sigur Rós: un documental para reconectar con la contemplación.
Quizás fue después de la pandemia que mi inquietud sobre la falta de atención se intensificó. Desde el amigo que mira el celular constantemente mientras tomamos un café, los colegas del trabajo cuando estás presentando algo, hasta la violencia verbal e intolerancia de las redes sociales por la incapacidad de la gente de entender, contextualizar o discernir.
Dice Johann Hari en su libro El valor de la atención (Planeta, 2023): "Vivimos una grave situación de crisis de atención. Un estudiante cambia de tarea cada 65 segundos, un adulto en una empresa cada 3 minutos, niños de 4 o 5 años son incapaces de escuchar un cuento sin levantarse."
Detenernos largo rato parece cada vez más difícil. Esto avanza tan rápido, corremos frenéticamente cada día. En Vida contemplativa (Taurus, 2023) Byung-Chul Han reflexiona largo y tendido. Y le he disfrutado tanto porque no sólo encontré palabras a ideas que comparto sino la búsqueda de una salida.
Entonces, toca salir a descubrir, reaprender tantas cosas. Como aquellas tardes en los años 90 cuando salía a jugar con los amigos del barrio o en bicicleta con los compañeros de la escuela sin que mis padres supieran dónde andaba yo exactamente, sin posibilidad de rastrearme. Volver, aunque sea momentáneamente, a esa libertad.
Hacer esto en tantas de nuestras ciudades latinoamericanas ya no es quizás una opción. O no para los adolescentes. Pero hace tanto ya que dejé esa edad. Añoro aquella libertad, aquellos aburrimientos, la vida desconectada.
En los últimos años he disfrutado más que nunca de caminar. Andar horas por la ciudad, sobre todo en esos domingos de ciclovía bogotana cuando la ausencia de carros reduce el ruido constante del ambiente. Camino, miro y escucho. Me gusta escuchar audiolibros, pódcast, entrevistas o a Sigur Rós.
Sigur Rós, la música que me ha acompañado en tantas noches de escritura desde que escribí Los años de los amantes en 2014. Y también en largas caminatas. Es de un efecto casi hipnótico para mí, quizás por no entender ni una sola palabra del islandés es que todo lo escucho como una vocalización peculiar y hermosa.
El documental Heima de Sigur Rós fue grabado durante una gira de esta banda por Islandia en 2006 que pasó por 16 locaciones de la isla, desde amplios parques hasta pequeñas salas. De hecho, fue el primer filme en debutar en streaming en vivo en YouTube.
Para mí, escuchar a Sigur Rós es transportarme a una dimensión diferente, una donde los colores del cielo se parecen a mi melancolía, donde el aire recorre mi cuerpo como las caricias que he olvidado y a veces me visitan en sueños como huéspedes inesperados. Un espacio donde las nostalgias caen como agua de lluvia, donde los recuerdos se deforman como lodo pisado por caminantes casi exhaustos de no ganarle una a la vida.
Islandia es también un lugar místico en mi mente, un destino deseado desde hace tantos años y a la fecha aún no alcanzado. He pensado mucho en cómo el frío glacial, el aislamiento en el mar del norte, la geografía volcánica –con tierra tan oscura–, la oscuridad de los inviernos o el sol –que quizás ni calienta– de los veranos, define a los seres humanos que ahí nacen y crecen.
En Heima es posible acercarse a algunos de ellos, los asistentes de los conciertos. Ver sus edades –tan variadas y distantes–, su blancura –tan uniforme–, su ropa, sus suéteres en verano. Y los paisajes. La mágica Islandia de mis sueños. Los fragmentos de paisajes que componen el imaginario en el que me desplazo.
La música de Sigur Rós es como el vaho que te deja escribir sobre un espejo palabras que en minutos habrán de desaparecer, pero cuando te reflejes en él estarán ahí para ti. Sabrás que la extraña fusión de voz humana e instrumentos musicales es un refugio, al que muchas veces querrás volver.
Te propongo encontrar un par de horas en tu vida para salir y hacer una caminata con música. Lleva solo audífonos y pon Heima… y cuéntame entonces cómo ha sido para ti.
Esto que leí. Ánima de Wajdi Mouawad: la brutalidad humana narrada por animales.
Mi primera declaración de sesgo es que AMO a Wajdi Mouawad. Es él alguien a quien admiro profundamente por el efecto que tantos de sus trabajos han tenido para y cómo a lo largo de tantos años me ha acompañado.
Leí su novela Ánima (Destino, 2014) cuando se lanzó en español y la consideré mi mejor libro de ese año. Una década después sigue resonando en mi mente. Mi ejemplar original sigue guardado en una caja en casa de mi madre esperando que, como el personaje principal de esta novela, termine su recorrido. El segundo ejemplar que compré años después en Colombia, por la pura necesidad de sentirlo cerca en mi vida, lo presté… y ya imaginarás qué sucedió.
Como solo Wajdi es capaz de lograr, Ánima es una inmersión a la condición humana, a sus deseos —sean oscuros, perversos o luminosos y poéticos—, a la violencia en su faceta más cruel y brutal.
Ánima de Wajdi Mouawad es una novela fuera de lo convencional, intensa, visceral y conmovedora que sigue los pasos de un hombre en búsqueda de venganza tras el brutal asesinato de su esposa, narrada desde la perspectiva de diversos animales. Es, sin duda, un libro sobre violencia y redención que te llevará a un lugar donde ningún algoritmo podría.
Temas principales de Ánima de Wajdi Mouawad:
Explora (1) los efectos devastadores de la violencia y el trauma. El deseo de venganza es el catalizador del protagonista. (2) El perdón como destino, la redención como posibilidad para sanar. (3) La condición humana vista y contada desde la mirada de gatos, perros, palomas, ratas, caballos, serpientes, ciervos o cuervos y la visión única que cada uno de estos aporta desde su relación con el lenguaje, las palabras, la sensibilidad y sus características.
Los animales observan y comentan sobre las acciones humanas, proporcionan una mirada externa que resalta tanto la brutalidad como la belleza. Una serie de narradores que quizás nunca habían sido protagonistas.
Los Animales como Narradores en Ánima
Por ejemplo, los gatos son sigilosos observadores, analíticos y detallistas. Los perros leales pero inseguros, protectores y a la vez emocionalmente vulnerables en su necesidad de cariño y por lo tanto de enlace con los humanos: "Sentí su dolor como si fuera mío, una lealtad inquebrantable me ataba a su sufrimiento."
Los cuervos y su carácter enigmático dan una visión mas oscura, reflexiva y hasta filosófica: "La oscuridad de su alma resonaba en el vacío del cielo nocturno, un recordatorio de las sombras que todos llevamos dentro."
Las palomas curiosas y efímeras, capaces de volar y ampliar la perspectiva de las cosas como ningún otro animal: "Desde las alturas, vi la ciudad con sus secretos, comunicando lo que otros no podían ver."
Y así el resto, sean los ratones en su fragilidad constante, los caballo majestuosos, los ciervos serenos y alertas o las serpientes astutas y enigmáticas: "Mi presencia pasaba desapercibida, pero mis ojos captaban cada susurro y cada secreto, tejiendo una red de verdades en medio de la oscuridad."
Esto que recomiendo. Baraka: un documental imprescindible para detener el tiempo.
La última vez que me senté a ver Baraka, casi 25 años después de aquella primera función en la Cineteca Nacional de la CDMX, volví a sentir esa conexión inmediata y recordé por qué me había impactado tanto entonces. Las imágenes volvieron a envolverme con la misma fuerza hipnótica de antes, y en mi mente reaparecieron no solo escenas de la película, sino también la persona que yo era en aquellos años noventa.
Era la Cineteca uno de mis lugares favoritos, de encuentro con mis amigos, de salidas con mi hermana, de tantas primeras citas que no llegaron a una segunda, ir a la Cineteca de Coyoacán era esa sensación de descubrimiento y diversión. Reencontrarme con Baraka fue traer ese pasado y, al mismo tiempo, descubrir nuevas miradas en el presente.
La diferencia es que ahora el contexto es otro: vivimos rodeados de pantallas pequeñas y bombardeados por contenidos breves; algoritmos invisibles compiten por cada segundo de nuestra atención. En esta era de hiperaceleración algorítmica, volver a Baraka se sintió como un respiro necesario.
Esa contemplación profunda –dejarse absorber por la imagen y la música, suspender el ritmo frenético del día a día– se vuelve un acto casi revolucionario. Como dice Byung-Chul Han, la contemplación es esencial para recuperar una conexión más profunda con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea; mirar sin prisas es una forma de resistencia frente a la dictadura de la velocidad.
Por eso, en este tiempo de detenerse, ver por primera vez o volver a ver Baraka (Ron Fricke, 1992) es una experiencia que recomiendo de todo corazón. No es una película convencional: es un poema visual sin palabras, filmado en 24 países, que te envuelve en una travesía sensorial y onírica.
No es solo verla; es permitirnos una pausa para maravillarnos, para viajar con la mente a rincones remotos del planeta y a la vez hacia nuestro interior. Son 96 minutos de asombro puro; la música, compuesta por Michael Stearns, intensifica esa inmersión. Es un alto en el camino que nos reconcilia con el silencio, con la lentitud, con esa capacidad de asombro que a veces parece diluirse en la prisa cotidiana; quizás, en medio del ruido algorítmico actual, ese sencillo acto de contemplar sea un pequeño gesto de rebeldía y, sin duda, un gran paso para reconectar con el tiempo y el asombro.
Esto que opinan.
Escribió Sebastián Fiorilli en Diario Red: "En un mundo donde el algoritmo decide, leer es un acto de insumisión. Frente al vértigo de lo inmediato, el libro ofrece pausa, profundidad, complejidad. Y lo hace sin pedir nada a cambio, salvo tiempo y atención; dos recursos que la modernidad capitalista ha convertido en lujos."
Viene a cuento porque es la reflexión que ha motivado este espacio y con tantas ferias de libro en Bogotá, Buenos Aires, Los Ángeles o León en México, es buen momento para pensar sobre la lectura.
"Por eso, y pese a todo, seguimos leyendo. Para no obedecer del todo, para revelarnos. Para sospechar de las verdades impuestas. Para recordar que, aunque el mundo sea injusto, también es narrable o versable. Y que en la palabra escrita —esa llama que pasa de mano en mano— vive aún la promesa de un mundo distinto."
Esto que pensaba.
Es mayo, mes de mi cumpleaños. Me acerco irremediablemente a números que me parecían lejanos, vivo en esa edad donde décadas antes imaginaba de otra manera. Y aquí estoy, cada día en un borde de tiempo que me muestra el abismo de mis dudas, incertidumbres y nostalgias.
Y me considero de los afortunados, de esos que tienen tanto por agradecer a la vida. Aún con las temporadas sombrías, las heridas que nunca terminaron de cerrar, el dolor de las verdades que llegaron demasiado tarde, el largo proceso de aprender a perdonar o lo irónico del olvido.
Ya no son pocos mis años. Siento que tampoco son muchos. Pero no sé cuántos faltan, así que tampoco sé si voy a la mitad del camino o estoy más cerca de la muerte de lo que creo. Hace poco un gran amigo, y también algunos años mayor que yo, me dijo "hoy día sé que tengo más pasado que futuro". Me pareció un poco fatalista cuando lo dijo, sin embargo, la frase quedó resonando en mi mente.
Mis inquietudes se van amoldando a la realidad. Extraño mi tierra, a mi madre, a mi hermana, a mis hermanos, a mis primas, mis tías y tíos, a mis amigos, a esos que están siempre ahí, esos que aún son la columna de mi vida. Los extraño tanto. Ya casi una década lejos de mi tierra azteca y entendí eso de "que digan que estoy dormido, y que me traigan a ti…". Amar a México es una cosa muy intensa y difícil de explicar.
Es todo esto que, como un remolino me hace despertar antes del amanecer, y con luces tenues me pongo a escribir. Porque me inquieta el mundo, el efecto de los algoritmos que nos encierran en cajas donde todo es tan cómodo, donde un video tras otro de YouTube es lo mismo, ningún algoritmo te da cada tanto algo radicalmente diferente, porque su ciencia dice que no te retendrá, que perderá esos valiosos minutos de tu atención que son su negocio.
Escribo esto, precisamente antes del amanecer. El bebé de la vecina llora. Escucho un par de aviones a lo lejos. Se oye el primer bus del día como un rumor lejano. También los pájaros cantan. La luz se cuela con más intensidad cada minuto. Y no he dejado de escuchar Heima. El tiempo se me ha venido encima, debo levantarme y correr.
Hoy es sábado 26 de abril, me espera una jornada de trabajo de al menos 15 horas. Este primer boletín debe salir el 2 de mayo. Así que si estás leyendo, sea hoy 2, 3 o cualquier otro día, que sepas que una mañana de sábado estoy yo aquí con medio cuerpo fuera de la cama, sintiendo un suave frío, con apenas una luz de lectura sobre mi teclado, con el iPad a mi lado izquierdo pues debí conectarlo y entonces tengo que girar la cabeza para leer lo que estoy escribiendo.